Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

martes, 18 de junio de 2013

Espera a la primavera, Bandini - John Fante

Autor: John Fante
Título original: Wait until spring, Bandini
ISBN: 9788433968142
Género: Narrativa
Editorial: Anagrama
Fecha de publicación: 1938
Fecha de edición: 2005
Páginas: 224
 
Sinopsis:
América sucumbe a la Gran Depresión. Arturo Bandini, hijo de inmigrantes italianos, transita entre la infancia y la adolescencia. Su padre, Svevo, amante del vino y las mujeres, es albañil, pero en pleno invierno apenas hay trabajo y la inactividad lo desespera. Su madre, María, es una católica ferviente, a un tiempo sumisa y feroz. Esperando la primavera crece el joven Arturo, adolescente turbulento que intenta abrirse camino en la vida y sobrevivir cuando el padre abandona el hogar...
 
Fragmentos;
 
El aire frío le humedeció los ojos. Eran dulces, eran castaños, eran ojos de mujer. Le había quitado los ojos a su madre al nacer, ya que después del nacimiento de Svevo Bandini, la madre no había sido ya la misma, achacosa siempre, siempre con expresión de enferma después del parto, hasta que murió y a Svevo le tocó tener ojos castaños y dulces.
...
Svevo Bandini tenía un esposa que no decía nunca: dame dinero para dar de comer a los niños, pero tenía una esposa de ojos grandes y negros que el amor encendía hasta el empalago, unos ojos muy suyos que le escrutaban furtivamente la boca, las orejas, el estómago y los bolsillos. La astucia de aquellos ojos era triste, pues siempre sabían cuando le había ido bien en los Billares Imperial. ¡Vaya ojos para una esposa! Veían todo lo que él era y esperaba ser, pero su alma jamás.
...
La casa no se había pagado. Era su enemiga aquella casa. Tenía voz y le hablaba siempre, igual que un loro, cotorreándole lo mismo sin parar. Cada vez que sus pies despertaban crujidos en el suelo del soportal, la casa le decía con insolencia: No eres mi dueño, Svevo Bandini
y nunca seré tuya. Cada vez que rozaba el pomo de la puerta principal era lo mismo. Durante quince años la casa le había importunado y exasperado con su cretina independencia. Había ocasiones en que la quería dinamitar y reducir a escombros. Cierta vez había sido muy fuerte la provocación, la provocación de aquella casa que, semejante a una mujer, le incitaba a poseerla. Pero al cabo de trece años había acabado por cansarse y renunciar, y la arrogancia de la casa había aumentado. A Svevo Bandini ya no le importaba. 
...
Arturo Bandini estaba convencido de que cuando muriese no iría al infierno. Para ir al infierno había que cometer un pecado mortal. Él había cometido muchos, lo sabía, pero la confesión lo había salvado. Siempre se confesaba a tiempo, es decir, antes de que la muerte se le presentara. Y tocaba madera cada vez que pensaba en ello: que siempre habría tiempo antes de morir. De modo que Arturo estaba archiconvencido de que cuando muriese no iría al infierno. Por dos motivos. Por la confesión y porque era un corredor muy rápido.
 ...
Te amo, Rosa. Era tan así, tan de aquella manera. Era pobre también, hija de un minero,
pero los chicos mariposeaban a su alrededor para escucharla, porque no les importaba, y él la envidiaba y se sentía orgulloso de ella, al tiempo que se preguntaba si los que la rodeaban solícitos habían pensado alguna vez que él también era italiano, igual que Rosa Pinelli.
Habla conmigo, Rosa. Mira hacia aquí aunque sólo se una vez, hacia aquí, Rosa, donde yo te miro.
...
 -¡Gracias a Dios! ¡Oh, gracias a Dios!
-Sí, mucho a intervenido él en ésto. Soy yo el que ha conseguido el trabajo. Soy ateo, niego la hipótesis de Dios.
...
Su casa.
Hela allí, con luz en la salita. Su casa, un lugar donde nada sucedía nunca, donde hacia calor y donde no moraba la muerte.
-Arturo...
Su madre estaba en la puerta. Pasó junto a ella, entró en la salita cálida y la olió, la sintió, se deleitó en ella. August y Federico se habían acostado ya. Se desnudó aprisa, con furia, en la semioscuridad. Luego se apagó la luz de la salita y la casa quedó a oscuras.
-Arturo.
Fue junto a la cama de su madre.
-Sí.
La madre apartó las frazadas y le tiró del brazo.
-Acuéstate, Arturo, a mi lado.
Hasta los dedos se le antojaron disueltos en lágrimas cuando se acostó junto a su madre y se sumergió en el calor dulce de sus brazos.
...
 
 
 
Días intensos, días tristes.
Esos son los días que inundan la vida de la familia Bandini, la espera a la primavera, para el albañil sin trabajo que es Svevo y para el adolescente que quiere ser jugador de béisbol que es Arturo. Un adolescente que empieza a recibir los primeros golpes de la vida.
Días intensos, días tristes.
Son también los días de John Fante, porque leyéndo, siguiendo, entendiendo y no entendiendo a Svevo, a Arturo, incluso a María, no pude dejar de pensar que este hombre realmente escribía cosas muy personales (ya había leído que Bandini (hijo) era el alter ego del autor, pero una cosa es saberlo y otra... sentirlo).
 
En esta primera novela de la llamada "Tetralogía de Bandini", empaticé con Arturo -como empaticé con Hank Chinaski en "La senda del perdedor", y como el propio Bukowski empatizó con el mismo Arturo- , este adolescente difícil, bocazas, con sus redudantes monólogos interiores, con sus aires de superioridad para con sus hermanos y con su sanísima locura. Le entendí.
Arturo reprocha y admira a su padre casi a partes iguales; Svevo (como su hijo) también espera a la primavera; "¿quién contrata albañiles en invierno?", y aguanta esa espera poniendo sus esperanzas en el juego. No hay "sueño americano" para Svevo Bandini.  Su mujer, en cambio, no pierde la fe, ella cree que rezando se asegura y, lo que es más importante, asegura a los suyos un lugar en el cielo (que no entiende de nacionalidades). María, apocada y dulce afronta y soporta cada día la desesperación de Svevo y las travesuras de sus hijos.
 
Arturo no es italiano, eso quiere dejarlo claro. Arturo tiene muchos deseos:
Arturo quiere huír de su familia empobrecida, de la escuela católica que lo satura de culpas. Quiere ser jugador de beisbol en los Yankis. Quiere que llegue la primavera para poder salir al campo a jugar a su deporte favorito con sus compañeros. Quiere que su madre vuelva a ser una madre valiente y hermosa. Quiere negar que sabe que su madre ya no es así en gran parte por culpa de su padre. Quiere que su padre tenga éxito en todo lo que se proponga. Y sobre todo quiere que Rosa Pinelli lo mire a él como él la mira a ella. Arturo Bandini será, algún día, el marido de Rosa Pinelli -se dice-.
Pero.... la nieve y la pobreza parecen aliarse en contra de Arturo.
La primavera parece que no llegará nunca. El invierno es largo, y antes de llegar a la primavera llegarán las Navidades, otra demostración más de su condición. Las Navidades están hechas para los niños ricos.
Su padre se va de casa...
Y Rosa Pinelli... su Rosa, ni lo mira..
 
La historia de Arturo puede parecer una historia vulgar (Fante parece dedicarse "sólo" a querer contarnos la historia), pero es provocadora y tristemente hermosa...
Arturo comete fechorías; roba (por amor), se mete con sus hermanos, dice obscenidades, blasfema, no soporta a su abuela e incluso...."mata". 
 Pero es que Arturo es todavía un niño, un niño que quiere olvidarse de todo y jugar (y al final le toca jugar a ser adulto).
Y a Arturo, el peso de la familia, el peso de la religión e incluso el peso del amor terminan por sepultarlo -a la espera de la primavera- en la nieve.
Pero Arturo no se rinde, sabe que algún día saldrá el sol primaveral que derretirá la nieve y lo librará de su sepultura...
 
"Espera a la primavera, Bandini" es una novela "realista". La historia parece no ir a ninguna parte, más allá de la interminable espera... pero aún así, Fante te va enganchando a esta historia familiar, te va cargando de sentimientos encontrados... 
No hay final.
De repente... te encuentras en la última página.
No hay nada más.
Y sin embargo... el final lo desata todo.
 
-Pronto será primavera -dijo Svevo.
Mientras tanto... días intensos, días tristes...
 
Seguiré los pasos de Arturo Bandini...(o de John Fante)..
 
 
Mi voto: 7
 
Cine;
-Espera la primavera, Bandini. (1989. Bélgica) Dominique Deruddere.
 
 
 

martes, 11 de junio de 2013

Homo Faber - Max Frisch

Autor: Max Frisch
ISBN: 84-89669-53-8
Título original: Homo Faber
Género: Literatura contemporánea
Editorial: Diario El País, S.L.
Fecha de publicación: 1957
Fecha de edición: 2002
Número de páginas: 261
 
Sinopsis;
El ingeniro Walter Faber está acostumbrado a que el mundo responda técnicamente, de acuerdo con la ley de probabilidades. Siempre ha tenido el más absoluto control de las cosas y las personas que lo rodean, hasta que llega a Corinto y la tragedia irrumpe en su vida con toda su implacable y humana violencia.
 
Fragmentos;
 
(...) Claro que no me refería a los robots como suelen pintarlos las revistas ilustradas, sino a las máquinas de calcular de gran velocidad, los llamados cerebros electrónicos, máquinas que actualmente superan ya a cualquier cerebro humano. Son capaces de realizar 2.000.000 de sumas o restas en un minuto. En el mismo tiempo realizan un cálculo infinitesimal, calculan logaritmos a una velocidad superior a la que nosotros necesitamos para leer el resultado, y un problema que antes hubiera exigido toda la vida de un matemático lo resuelven en pocas horas y en forma mucho más segura; la máquina no puede olvidar nada porque comprende todas las informaciones necesarias mucho mejor que un cerebro humano y en ella no cabe margen de error. Pero sobre todo, la máquina no tiene experiencias, no tiene miedo ni esperanzas, sólo sirven para estorbar, no tiene deseos en cuanto al resultado, sino que trabaja según la pura lógica de la probabilidad, por eso sostengo yo que el robot comprende mejor que el hombre, sabe mejor lo que sucederá en el futuro que nosotros, porque lo calcula, no especula ni sueña, sino que es gobernada por sus propios resultados y no puede equivocarse; el robot no necesita intuiciones...
...
La muchacha quiso salir en mi ayuda y, en vista de que yo no conocía las esculturas del Louvre, llevó la conversación hacia los robots; pero yo no tenía ganas de hablar de robots y me limité a decir que las esculturas y esas cosas no son otra cosa (para mí) que antepasados de los robots. Los primitivos trataban de anular la muerte reproduciendo el cuerpo humano; nosotros, en cambio, lo hacemos sustituyendo al hombre. Técnica en lugar de mística.
...
(...) La interrupción del embarazo es hoy en día una cosa completamente comprensible. Fijémonos un poco: ¿adónde iríamos a parar si no hubiera aborto voluntario? El progreso de la medicina y la técnica obligan precisamente al hombre consciente a tomar nuevas medidas. En un siglo, la humanidad se ha triplicado. Antes no había higiene. Engendrar y parir y dejar que los hijos se mueran durante el primer año, como quiere la Madre Naturaleza, es más primitivo, pero no más moral. Lucha contra la fiebre puerperal. Cesáreas. Incubadoras para los prematuros. Hoy nos tomamos la vida más en serio que antes. Johann Sebastian Bach puso trece hijos (o algo así) en el mundo, de los cuales no vivieron ni el 50 por ciento. Las personas no son conejos, sino resultado del progreso: hemos de regular nosotros mismos las cosas. Amenazadora superpoblación de la Tierra.
(...) Así lo hace la Naturaleza en todas partes: superproducción para asegurar la conservación de la especie. Pero nosotros tenemos otros medios para asegurarla. ¡Gloria a la vida! La natural superproducción (si los hombres se siguen reproduciendo alegremente como las bestias) se convertirá en catástrofe; no será la conservación de la especie, sino la destrucción de la especie.
(...) Un vistazo a las estadísticas: regresión de la tuberculosis, por ejemplo, éxito de la profilaxis, ha disminuido de un 30 por ciento a un 8 por ciento. Nuestro Señor lo hacía con epidemias; nosotros le hemos quitado las epidemias de las manos. Consecuencia: tenemos que quitarle también de las manos la reproducción. Nada de remordimientos, al contrario: la dignidad del hombre de actuar con cordura y decidir por su cuenta. Si no, tendremos que sustituir las epidemias por guerras. Se acabaron los romanticismos.
Quien se niegue rotundamente a aceptar el aborto voluntario es un romántico y un irresponsable. Naturalmente, no hay que practicarlo a la ligera, pero sí aceptar el principio: tenemos que enfrentarnos con el hecho de que la existencia de la humanidad es, en el último término, una cuestión de materias primas. Es una aberración fomentar públicamente la natalidad en países fascistas, pero también en Francia. Es una cuestión de espacio vital. No hay que olvidar la mecanización: ya no necesitamos tanta gente. Sería más sensato aumentar el nivel medio de vida. Todo lo demás conduce a la guerra y a la destrucción total. La incultura y la falta de objetividad están todavía muy difundidas. Siempre son los moralistas los que más desgracias ocasionan. El aborto provocado es una consecuencia de la cultura; sólo la selva cría y se pudre como quiere la Naturaleza. El hombre planifica. El romanticismo ha sido la causa de mucha infelicidad, de gran número de matrimonios catastróficos que todavía hoy se celebran por miedo a practicar el aborto.
...
(...) pero no es verdad que yo no sea capaz de disfrutar; disfrutaba de cada momento que se lo merecía. Yo no hago aspavientos, no canto, pero disfruto como los demás. ¡Y no únicamente con una buena comida! Tal vez no sepa siempre expresarme....
...
 
Homo faber: El hombre que produce o fabrica.

Este es mi segundo acercamiento al escritor suizo después de "No Soy Stiller", que me costó mucho más terminar. Homo Faber tiene un ritmo mucho más ágil, se lee rápidamente, reconozco que al principio, cuando empiezas a intuir qué va a ocurrir, el "motivo" que provoca la transformación del protagonista, llegué a pensar que aquello no me iba a gustar. Me equivoqué.

Creo que Frish nos plantea, ante todo, el paradigma del hombre en lucha contra su propia negación. Nos muestra a su protagonista, Walter Faber, como un hombre solitario, individualista y que se piensa libre. Un hombre que sólo cree en lo que logra ser probado por las estadísticas o las probabilidades. Para él el destino no existe.
Y otra vez (dos de dos) Frisch y la identidad. Para el autor suizo parece que la identidad tiene una doble variante: por una parte, la imagen que los demás tienen de uno mismo (de esto trata bastante en "No soy Stiller"); por la otra, lo que uno es para sí mismo, en Homo Faber, Walter, no de una manera explícita pero sí insistente se pregunta quién es, qué es, qué está haciendo con su vida...

Y Walter... es ingeniero y trabaja para la UNESCO en los países subdesarrollados..
Y a Walter... no le gusta soñar, ni le gustan las novelas.

La historia empieza con un incidente aéreo. A pesar de lo improbable que para Walter resulta, dos turbinas fallan, primero una, luego la otra... y no queda otra que un aterrizaje de emergencia, en mitad de un desierto mexicano, un paraje inhóspito a 70 kilómetros de cualquier punto habitado. Un territorio caluroso, asolado por la aridez, yermo... pero de algún modo amenazante para el Homo Faber que es Walter...
Este percance establece el que será el argumento principal de la obra. El avión es una de las más grandiosas creaciones de la ingeniría, y para Walter, diseñador de turbinas, el avión tiene casi una categoría de infalible. Por lo tanto, el aterrizaje forzoso en la naturaleza seca e inhóspita simboliza la ruptura de las certezas, la llegada de sucesos no previstos en su destino....
Y...¿qué pasa cuando las certezas y convicciones de uno se rompen, desaparecen? A Walter lo que le ocurre es que acaba transitando desde su cómodo y tranquilo mundo de probabilidades hasta la admisión de las contrariedades, del destino, del instinto... y admitir todo ello, tener que rectificar, a él parece que se le antoja el fracaso de una vida;
"Instrucciones en caso de defunción: todos los testimonios de mi vida, como son confesiones, cartas y cuadernos de notas, deben ser destruídos, nada es verdad."

Pronto conoceremos -y conocerá Walter- que las leyes de la probabilidad han vuelto a fallarle. Hay muchas coincidencias, importantes pero que no detallaré para evitar contar demasiado y para intentar no explayarme mucho más...
En la inquebrantable existencia de Walter todo tenía su lugar con un grado de certeza, pero el accidente aéreo abre una fisura por la que parece -a base de casualidades, algunas casi inverosímiles- querer colarse la fatalidad....

Después, el viaje en barco, la irrupción de la chica de la cola de caballo rojiza (Sabeth), y otra vez la fatalidad...
El reencuentro con Hanna después de veinte años (su único amor), la esperanza...

Walter ha cambiado.
Hay un pasaje, en Nueva York, después de todo lo ocurrido, en el que Faber, medio borracho, llama a su propia casa y alguien que no es él, le constesta. Sorprendido, vuelve a hacerlo varias veces. Mismo resultado. Incluso le pide a un camarero que lo haga, que llame por él. Mismo resultado...
Creo que lo que pretende indicarnos Frisch aquí es que Walter está llamando a alguien que ya no es él. Ese modo de exponerlo me pareció sublime.
Walter ha cambiazo.
Quizá demasiado tarde.

El estilo que usa Frisch puede resultar algo frío, a veces apático, pero acaba resultando concordante con el carácter de Faber, y alcanza una transformación del tono narrativo a medida que se desarrolla la historia y las circunstancias del protagonista van cambiando. Me gustó esa evolución...

Max Frisch sigue haciendo que me pregunte muchas cosas.
Y para eso nunca es tarde.

"Ya vienen." -Dice Walter...
 
Mi voto: 8
 
 
Cine;
-El viajero. (1991 Alemania)Volker Schlöndorff
 
 
 

martes, 4 de junio de 2013

Las partículas elementales - Michel Houellebecq

Autor: Michel Houellebecq
Título original: Les  particules élémentaires
ISBN: 9788433967305
Género:Narrativa
Editorial: ANAGRAMA
Fecha publicación: 1998
Fecha de edición: 2011
Número de páginas: 220
 
 
Sinopsis;
En Las partículas elementales, Houellebecq lleva a sus últimas consecuencias su frase: "Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte." La novela narra el improbable nudo que unirá los destinos de dos hermanastros: Miche, prestigioso investigador en biología, especie de monje científico que a los cuarenta años a renunciado a su sexualidad y sólo pasea para ir al supermercado; y Bruno, también cuarentón, profesor de literatura, obsesionado por el sexo, consumidor de pornografía, misógino, racista, un virtuoso del resentimiento. Encarnación consumada, en fin, de una sociedad en la que la velocidad de el placer no deja tiempo al nacimiento del deseo. Ambos han sido abandonados por una madre que prefirió una comunidad hippie en California a cualquier otro empeño.
 
 
Fragmentos;
 
Él sólo quería amar; al menos no pedía nada. Nada concreto. La vida, pensaba Michel, tenía que ser algo sencillo; algo que pudiera vivirse como un conjunto de pequeños ritos, indefinidamente repetidos. Ritos al fin y al cabo un poco estúpidos, pero en los que, en el fondo, se pudiera creer. Una vida sin apuestas y sin dramas. Pero la vida de los hombres no estaba organizada así. A veces salía, observaba a los adolescentes y los edificios. Una cosa era segura: nadie sabía ya cómo vivir. Bueno, estaba exagerando: algunos parecían movilizados, como si los arrastrara una causa; su vida parecía cargada de sentido. Los militantes de "Act Up", por ejemplo, creían importante que pusieran anuncios en la tele que otros consideraban pornográficos, en los que se veían diversas prácticas homosexuales filmadas en primer plano. Por lo general, su vida parecía agradable y activa, salpicada de acontecimientos variados. Tenían muchos amantes, se daban por culo en los "backrooms". A veces los preservativos resbalaban o se rompían. Entonces se morían de sida; pero también esa muerte tenía un sentido militante y digno. por otra parte, la televisión, sobre todo el primer canal, daba una lección permanente de dignidad. De adolescente, Michel creía que el sufrimiento otorgaba al hombre una dignidad adicional. Ahora tenía que reconocer que estaba equivocado. Lo que otorgaba al hombre una dignidad adicional era la televisión.
...
En el fondo, se preguntaba Michel observando los movimientos del sol sobre las cortinas; ¿para qué servían los hombres? Puede que en épocas anteriores, cuando había muchos osos, la virilidad desempeñara un papel específico e insustituible; pero hacía siglos que los hombres, evidentemente, ya no servían para casi nada. A veces mataban el aburrimiento jugando partidos de tenis, cosa que era un mal menor; pero a veces les parecía útil avanzar la historia, es decir, provocar revoluciones y guerras, esencialmente.
...
La palabra que crea una relación, tambien puede separar.
...
Una mentira es útil cuando permite transformar la realidad, pensó; pero cuando la transformación fracasa sólo queda la mentira, la amargura y la conciencia de la mentira.
...
Puede que la vejez sea eso; las reacciones emocionales se embotan, hay pocos rencores y pocas alegrías; uno se preocupa sobre todo por el funcionamiento de sus órganos, por su precario equilibrio.
...
Acumulamos recuerdos para sentirnos menos solos en el momento de la muerte.
...
El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reirse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte.
...
 
 
 
 Creo que lo que Houllebecq se propone en gran parte con este libro (y consigue) es, ante todo, una crítica despiadada a la sociedad a partir del "yo", del individuo y de cómo con sus decisiones individuales se condiciona a sí mismo y condiciona lo (y a quién) le rodea. Creo que es, sobre todo, una crítica al individualismo.
Houllebecq parece pensar que cuando se tomó conciecia y se implantó la modernidad a la tradición, ésta nos implantó el individualismo, al creer que sólo desde él mismo se podría conseguir la felicidad...
Y el egoísmo que conlleva el individualismo acabó convirtiéndose en el eje sobre el que gira nuestra sociedad...
Porque para el autor, el individualismo es como una enfermedad que nos provoca una sed difícilmente saciable, que, además, es utilizado por el propio sistema para, en vez de ayudarnos y rescatarnos de este mal, nos esclaviza, y lo único que se consigue es encerrar al individuo en su propia soledad, en una infinidad de deseos, la mayoría de ellos impuestos, la mayoría de ellos imposibles de satisfacer... Esto es lo que me pareció que intentaba Houellebecq hacernos creer, que esa espiral de deseos egoístas, difícilmente se podrá parar, porque si de algo carece el hombre expuesto en esta novela es de futuro....y de libertad.
Dice el propio autor en la contraportada; "Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte." Y vaya si aprieta. Aprieta y consigue escocer; la desolación y la soledad inundan muchas de sus páginas, porque lo que se nos muestra es un ser humano que ha fracaso, una sociedad degradada, en la que es difícil la comunicación, en la que las religiones han fracasado... Y ésto parece llevar a Michel (uno de los hermanos protagonistas) a creer (y dedicar por entero su vida) a que la única salvación es la ciencia, pero la ciencia carece de calor, es fría, no consuela ni ofrece un hombro en el que llorar. La ciencia para cambiar al hombre... Pero la ciencia también es egoísta... Y su sueño se va desvaneciendo, pero aún así, no puede dejar de abrazar a la ciencia..
Otra de las cosas que también destacaría es la importancia y las consecuencias de el paso del tiempo, del declive al que los años someten (y nos someten) a los protagonistas, sobre todo al envejecimiento físico debido a la importancia que se le da hoy en día, en una sociedad en la que reina lo estético...
También el amor, pese a estar poco nombrado, juega un papel importante en la novela, los personajes femeninos; la madre de ambos, Anabelle (la chica a la que cualquier hombre amaría) y Cristiane (la mujer a la que cualquier hombre querría "acompañar" en los asuntos carnales), acompañan (unas veces físicamente y otras veces con sus ausencias) y transforman a ambos hermanos.
Y sí, es verdad, el sexo y la ciencia (de lo segundo se critica menos al hablar de la novela), ocupan muchas páginas. ´
¿Eso la hace peor novela? No lo creo, más que nada porque hay partes del libro en el que se expone y trata la llamada supuesta liberación sexual (Mayo del 68, el auge del movimiento hippie, étc..), y porque el personaje de Bruno está especialmente condicionado por el sexo y esas "escenas" nos ayudan a conocer sus fobias y a conocerlo un poco a él. Houellebecq utiliza el sexo (a veces explícitamente, sí), como catalizador de angustias, de frustraciones, y de la exclavitud que más de uno padece con respecto a él...
Y el personaje de Michel, cómo no, está condicionado por la ciencia, que también ocupa páginas y páginas. Sus investigaciones luego son utilizadas y puestas en prácticas para llegar al final (que viene a ser como otro principio) de la historia...
Hay una discusión curiosa entre ambos hermanos sobre el libro de Aldous Huxley "Un mundo feliz", que no me atrevo a comentar porque aún no lo leí (por casa lo tengo, le haré un hueco pronto)...
Definiría este libro como una novela entre la ciencia ficción y el nihilismo.
Y como cualquier obra en parte nihilista, recomendable... pero no a cualquiera...
 
 
Mi voto: 7
 
 
Cine;
-Las partículas elementales.(2006. Alemania) Oskar Roehler.